¿Será nene o nena?
Desde los primeros momentos de la
concepción, cada uno de nosotros posee un sexo. Nuestro sexo individual
desempeña un papel importante en la determinación de los atributos físicos de
nuestros cuerpos, la estructura de nuestro cerebro, nuestras tendencias
comportamentales y nuestro autoconocimiento.
En 2005 por primera vez se
produjo un consenso entre genetistas, endocrinólogos, cirujanos, psicólogos y
grupos de personas interesadas sobre el manejo de los desórdenes “intersexuales”.
Un área que se ha modificado sustancialmente es la nomenclatura de la
intersexualidad. Se propuso el concepto de desorden de desarrollo sexual (o DSD
por Disorders in Sexual Development) para
dar cuenta de las condiciones congénitas en las que el desarrollo sexual
cromosómico, gonadal o anatómico es atípico. Esta larga definición reemplaza el
término “intersexo”, que tiene connotaciones sociales y refleja el concepto de
identidad sexual, e incluye a pacientes que, aun cuando no necesariamente
posean genitales externos ambiguos, forman parte de la gran familia de los DSD.
Esta nueva nomenclatura estuvo
guiada por varios principios. Primero, aunque la categorización moderna debería
integrar los importantes progresos en los aspectos genéticos moleculares de la
determinación sexual y la diferenciación, tendría que evitar enfatizar
demasiado un aspecto particular de la biología sexual (por ejemplo, el sexo
gonadal) y acomodar el espectro de variaciones fenotípicas. Segundo, los
términos deberían ser lo más precisos posible y reflejar su etiología genética
cuando ésta se encuentra disponible. Finalmente, la nueva nomenclatura debería
ser clara para los pacientes y sus familiares y ser sensible desde el punto de
vista psicológico. En particular, habría que evitar el etiquetado de género en
el diagnóstico y el uso de las palabras como “hermafrodita”, “pseudohermafrodita”
o “intersexo”, porque son confusos y poseen una connotación social negativa que
puede ser dañina para ciertos pacientes o sus familiares.
La determinación sexual se
refiere al momento preciso en que el desarrollo dirige la orientación del
embrión indiferenciado, bipotencial, hacia un individuo sexualmente dimórfico.
En los mamíferos, este momento ocurre durante el desarrollo de las gónadas. En
1947, el fisiólogo Alfred Jost realizó una serie de experimentos que mostraron
que todos los embriones de mamíferos que son castrados tempranamente durante su
desarrollo y reimplantados en el útero tienden a ser hembras, más allá del sexo
genético particular.
Durante la concepción, el sexo
genético se determina sobre la base de la existencia del cromosoma X o Y,
heredado del padre. La determinación sexual se define, entonces, por la
elección de desarrollo de la gónada indiferenciada y bipotencial de convertirse
en testículo o en ovario. Luego de este punto de inflexión, comienza el proceso
de diferenciación sexual y los testículos empiezan a producir las hormonas
masculinas testosterona y antimulleriana (Anti
Mullerian Hormone, AMH), que son las responsables de la genitalia masculina
interna y externa, mientras que la ausencia de estas hormonas resulta en
genitalia interna y externa femenina. El cromosoma Y es el determinante del
sexo y el factor testicular se encuentra en él.
En los humanos, ocho semanas
después de la concepción la gónada bipotencial progresa hacia la organogénesis
testicular en presencia del gen correspondiente (SRY) en el cromosoma, que
puede reconocerse por ultrasonido. Luego de nueve semanas, después de la
organización de los túbulos, las células llamadas de Sertoli comienzan a
secretar AMH.
Para resumir todo el proceso,
podemos decir que la determinación sexual está a cargo del cromosoma Y, que
lleva al desarrollo de los testículos. Durante este desarrollo, la producción
de testosterona por parte de las células de Leydig dará lugar a la genitalia
externa masculina (pene y escroto, por acción de la testosterona reducida
dihidrotestosterona), epidídimo, vasos deferentes y vesículas seminales (por
acción directa de la testosterona) y la diferenciación cerebral (identidad de
género masculino, también por la testosterona). La AMH, sintetizada por las células
de Sertoli, llevará a la regresión de los ductos mullerianos y otra molécula,
llamada péptido, que es similar a la insulina tipo 3, se encargará del descenso
testicular.
Por el contrario, si no hay
cromosoma Y, la gónada bipotencial se transformará en ovario y, al no haber
testosterona, se producirá una regresión de los conductos de Wolff (y, por
consiguiente, no habrá pene ni escroto), se desarrollará genitalia externa
femenina (clítoris, vagina, labios mayor y menor) y, al no haber AMH, se
desarrollarán el útero y las trompas de Falopio.
Asignación de Género
Hasta mediados de la década de
1950, la aproximación que hacía la medicina a los DSD se hacía sobre la base de
la suposición de que el “verdadero sexo” era equivalente al sexo de las
gónadas, es decir, que la identificación de una persona como varón o mujer era
lo que lo determinaba. La anatomía sexual humana se clasificaba entonces en
cinco categorías: varón y mujer (con genitalia externa típica masculina o
femenina, respectivamente), pseudohermafroditas masculinos y
pseudohermafroditas femeninos (con genitalia ambigua y presencia de testículos
u ovarios, respectivamente) y verdaderos pseudohermafroditas (con presencia de
testículosy ovario).
Hacia fines de 1950, sin embargo,
la asignación de género comenzó a regirse por el principio de género óptimo,
una práctica que se volvió estándar en 1970 y que recién fue puesta en
discusión a mediados de 1990.
Este paradigma, que considera
muchos aspectos de los resultados y privilegia la potencialidad de un
funcionamiento sexual completo, se basaba en dos supuestos: el primero sostiene
que la identidad de género no está firmemente establecida al momento del nacimiento,
sino que resulta afectada por la socialización y el género de crianza y, el
segundo, que la estabilización de la
identidad de género y el resultado psicológico favorable dependen de la
congruencia entre la apariencia genital y el género asignado. Algunas de las
consecuencias clínicas de esta política de “género óptimo” son, por un lado,
que el género debe ser asignado lo más tempranamente posible, durante una
ventana de flexibilidad que finaliza a los 18 o 24 meses de edad. Asimismo, la
cirugía genital reconstructiva debe realizarse también en forma temprana para
que coincida con el género elegido, elección que debe inclinarse hacia el
género que tenga mejor pronóstico para la función sexual y reproductiva. Por
último hay que procurar minimizar las dudas, tanto de los padres como de los
médicos, acerca del género de crianza que debe elegirse.
Los desafíos recientes a este
paradigma consideran que la determinación de la identidad y del rol de género es
biológica (con andrógenos prenatales como el mejor candidato) y que la
apariencia de los genitales es un reflejo de la masculinización del cerebro, y
no al revés.
Entonces, ¿cuál es la mejor forma
de asignar el género en esta era post-género óptimo? A partir de la literatura
médica y los estudios de resultados para diagnósticos específicos, se considera
que la constitución cromosómica, los niveles hormonales, la potencial
fertilidad y la función sexual son igualmente importantes a la hora de hacerlo.
La mayor diferencia es que la cirugía genital temprana no necesariamente está
ligada a la asignación de género. Una recomendación clara es que todos los
individuos deberían tener asignado su género lo antes posible.
Fragmento extraído de:
Capitulo 6: Eje Hipotálamo-hipofiso-gonadal del libro: ¡Qué
porquería las hormonas!
Juan Carlos Calvo – Colección Ciencia que Ladra
Consignas:
1) Palabras nuevas: Como ya hemos hecho con otras lecturas, anoten como comentario (o luego lo entregan en papel) aquellas palabras que desconocen, que les llaman la atención etc.
2) Escribí al menos tres preguntas que te surjan a partir de la lectura del texto.
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